Estos días me duele muy hondo ser dominicana. Durante estos ocho meses que se cumplen de mi regreso he logrado volver a acostumbrarme al caos, al macuteo, a la inseguridad, al equilibrio que impone lidiar con las apariencias, a la mediocridad, a la falta de educación, al ruido.
Compensada, claro por el caudal de risas, alegría, gente que también lucha, que busca otras alternativas de pensamiento y vida, que se abre a trabajar consigo mismo, a superarse. Por la gente que me oxigena, por el calor y apoyo de mi familia, por mi verano eterno, mis playas y paisajes, por todo eso que me hacer ser de aquí, y sentirme a gusto en mi tierra. Por las posibilidades de trabajo digno, de trazarme un camino, de echar raíces.
Pero estos días, la pestilente ola levantada alrededor del asesinato de Claudio Nasco ha sido simplemente demoledora. Por todo, por absolutamente todo. Por el burdo engaño al que está siendo sometida esta sociedad sin que nadie se levante y exija justicia, por las nauseabundas reacciones homofóbicas, inhumanas, de gente que convive entre la alabanza perpetua a Dios y el odio más profundo. Por percatarme de que tenemos una prensa mayormente arrodillada a los poderes económicos y políticos, por sentir cómo se restriega en mi cara que los ricos y poderosos son omnipotentes.
Que pueden montar un circo de tan espeluznantes características ante la paralización de todos los dominicanos, de todos los estamentos, incluyendo aquellos comunicadores que se caracterizan por hurgar tras la verdad “hasta las últimas consecuencias”, los “héroes” de esta falsa democracia, las gallitas, incluso “la gallita” más cercana se calla, se silencia y acepta por primera vez en la historia la versión oficial.
Los cabos sueltos están en la boca de todos, desde el analfabeto barrendero, hasta el más letrado y versado intelectual. Pero nadie hace nada.
Como si nos hubieran cubierto esa noche de viernes de un gas que nos impide reaccionar ante este aterrador hecho.
Más que nada en el mundo se trata de un crimen horrendo, de odio, digno de una película de asesinos en serie, de psicópatas homófobos. Debería tenernos aterrados, enfadados como ciudadanos, preguntándonos qué hemos hecho tan mal para construir una sociedad que ha sido capaz de engendrar a los asesinos, intelectuales y ejecutores, de este crimen, y a todos los testigos que silentes seguimos actuando como si nada hubiera pasado.
Autora: Pachy Mora
0 comentarios:
Publicar un comentario